El desarrollo de un proyecto siempre implica un cambio que en mayor o menor medida tendrá un efecto en aquellos que participan en él.
Es obvio que dicho efecto debería ser en sentido positivo y para ello, la totalidad del proceso deberá ser ordenado y estar controlado en todo momento, desde su fase inicial hasta la finalización de la ejecución material del mismo.
El sector de la construcción implica procesos dinámicos que pasan por diferentes fases en los que confluyen un elevado número de agentes de perfil diverso. Aparentemente todos tienen un objetivo común que no es otro que el de conseguir la satisfacción del cliente a cambio de una contraprestación considerada inicialmente como justa.
Lo cierto es que en la práctica, los intereses individuales en numerosas ocasiones no están alineados con el objetivo inicialmente establecido.
Lamentablemente este hecho implica consecuencias que repercuten negativamente en el proceso y en quienes participan en él, perjudicando generalmente de forma concreta al propio cliente tanto en el ámbito material como emocional.
Por diversas razones, en la fase inicial de cualquier proyecto de obra se generan unas expectativas entre las partes que generalmente se van viendo alteradas a lo largo del proceso de desarrollo y ejecución y hacen que el proceso se convierta en un camino tedioso y poco agradable en muchas ocasiones.
Esta situación tiene un origen, el cual vamos repitiendo continuamente a lo largo del tiempo y no es otro que la des-coordinación entre las partes, la falta de rigor y la opacidad en la gestión de la información desde la fase embrionaria del proyecto. A partir este punto, el resto podría calificarse como efecto “bola de nieve”
No se trata ni mucho menos de una visión dramática de los hechos, simplemente realista.
A todo esto la relación entre las partes “sufre” por la parte más… “frágil” que acostumbra a no ser otra que el cliente que promueve la obra, especialmente si este no es conocedor del sector.
Cómo solución a estas circunstancias o anomalías en el desarrollo de los proyectos, aparece como necesaria, imprescindible, cómoda y altamente rentable la figura del Gestor del Proyecto, actuando básicamente en representación del cliente final, ya sea este persona física o jurídica.
Las funciones desarrolladas por el gestor se sitúan en el espacio existente entre el cliente final y quienes proyectan y ejecutan la obra, independientemente de cuál sea la magnitud del misma.
El gestor deberá conocer a su cliente, conocer cuáles son sus objetivos y representarle ejerciendo como interlocutor único ante todos aquellos que participan en el proyecto.
Su forma de trabajar será transparente, honesta y colaborativa. Debe facilitar el trabajos a las partes y promover un ambiente de estabilidad, equilibrio, orden y normalidad durante el transcurso de la ejecución de los trabajos.
Se establecerán unas reglas de actuación previas con el ánimo de promover un ambiente de trabajo cordial y respetuoso durante el transcurso de ejecución de los trabajos de forma que se alcance la consecución del objetivo. Debe existir la sensación real para todas las partes de que nadie ha resultado perjudicado por actuaciones opacas o decisiones parciales o injustas.
Se trata crear un escenario de trabajo en el que los derechos y obligaciones de cada una de las partes que intervienen, se orienten en una sola dirección, que no es otra que la consecución del objetivo establecido.